Exposición «Los vientos de Iberia»en el Monasterio de Santa María de El Paular (Cultura Exposiciones)

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Texto Vientos de Iberia

Juan Ramón Martín posee la extraordinaria habilidad de unir los opuestos en un diálogo perpetuo que trasciende cualquier temporalidad: Luces y Sombras, Peso y Levedad, Movimiento y Quietud, Exterior e Interior. Con esta nueva serie titulada Los Vientos de Iberia, el escultor madrileño aúna la materialidad del acero – flexible, maleable, denso y duro –, con la incorporeidad del viento – intangible, cambiante y etéreo –

El primer impulso creador necesita apoyarse en la inspiración, y Juan Ramón ha contado durante estos meses con las musas más volubles de la Península Ibérica, esas que alborotan el pelo, se cuelan por cualquier rincón, y aúllan por acantilados o callejuelas. Me refiero por supuesto a los vientos, y no en singular porque el extremo más alejado de la Vieja Europa posee por ubicación geográfica una vasta variedad de aires que por su presencia y carácter cuentan con nombre propio.

¿Quién no ha sentido en alguna ocasión la calidez del Siroco en el Mediterráneo, la fuerza de la Galerna, la frialdad de la Tramontana, el agobiante Bochorno en las tardes de verano o las corrientes de los vientos Alisios tan secas de las islas Canarias?  Forman parte de nuestra cultura como las tradiciones más antiguas de estas profundas tierras. Su fuerza no sólo logra esculpir la superficie de la Península, sino que también moldea el alma de los ibéricos, que sienten en su carne el penetrante frío o la suave caricia de los eternos Anemoi, siempre en constante movimiento.

Juan Ramón, trabajando el acero – domesticándolo con la fuerza del herrero –, logra contener a cinco de estos vientos ibéricos el tiempo suficiente como para que podamos contemplarlos.

Ante nosotros se presentan cinco imponentes esculturas: Viento del Norte, Viento Ábrego, Viento Solano, Viento Terral y Viento Cierzo, flanqueados por exquisitos grabados, y dos bajorrelieves dedicados a los dioses eólicos Céfiro y Bóreas.

Edmund Burke afirma que vivimos en un estado de indiferencia situado entre el dolor y el placer. Estado que debemos vencer para ser partícipes de esta íntima conversación. Juan Ramón nos sumerge a través de la escultura en la sensualidad de los vientos hispánicos, una relación que es tormentosa a veces, pero también ligera y apacible. Los vientos son seres terribles, llenos de peligro que no producen monstruos, sino paisajes de salvaje belleza.

Belleza sí, pero también terror ante un equilibro a punto de romperse, la sensación de desasosiego ante estas formas circulares atravesadas por la diagonal de las masas más contundentes. Vacío y materia en constante lucha, calma interior frente a fuerza exterior – ¿o puede que sea justo lo contrario? –.

Ante nuestra atónita mirada aparece lo sublime, naturaleza en estado puro.

Os dejo disfrutar de este espectáculo, mi tarea aquí ha terminado. Las rachas de viento siguen golpeando con fuerza todos y cada uno de los recovecos de esta casa laberíntica: sal, arena, gotas de lluvia y el lamento de algún despistado en el exterior componen una partitura salvajemente natural. En el interior, resuena por el pasillo la Suite Iberia de Albéniz, acompañada solo por el ritmo constante de los relojes y el rasgueo de la pluma sobre el papel. Los dos escenarios chocan con ímpetu – fuerza contra contención – y en mi afán por entenderlos abro una ventana para que la lucha ocurra en la estancia, revolviéndolo todo. Parece que los vientos de Iberia han decidido dialogar conmigo.

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