Proyecto Pikionis

Un horizonte continuo entorno a la Acrópolis de Atenas

Esas piedras, pulidas de tanto ser pisadas,

brillan como si fueran

preciosas al sol último…

Aeropago,

Juan Vicente Piqueras

Un río de mármol blanco entreverado de vetas azuladas y grises. Un río de agua congelada, carbonato cálcico cristalizado, roca pura de cantera en losas, que en ocasiones queda remansado, y en otras adquiere la fuerza viva de la corriente primaveral. Así son los caminos que rodean la Acrópolis de Atenas. Así son los suelos que se adentran y nos conducen a las colinas adyacentes. En su discurrir cobran la anchura de los salones de palacio, o zigzaguean y se pliegan en escalones estrechos o suaves rampas que dan lugar a zonas de remanso bajo la sombra ocasional de un olivo. Siempre la presencia del Monte Sagrado en el horizonte. Ninguna construcción se interpone, ningún edificio oculta su imponente silueta. Todo el paisaje se construye en función de la contemplación de la gran roca caliza. Un paseo circular con un único punto de fuga. El paseante queda hipnotizado ante unos restos arqueológicos que laten con profundidad ontológica. Un único centro que irradia conocimiento y tensión estética desde hace más de dos mil quinientos años. Y una alfombra de mármol nos guía sin estridencias ni sobresaltos con la humildad de lo que queda a ras del suelo. El fluir continuo de personas a lo largo de casi cien años por estos caminos ha pulimentado la superficie de las losas hasta dejarlas con la suavidad de la seda.

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